La Isla de Sark: un paraíso sin autos
Ninguna de las 562 personas que viven en esta isla tiene permitido usar un auto. Tampoco hay motos y no fue sino hasta 2019 que se aprobó el uso de bicicletas eléctricas, en medio de un polémico debate con opinión dividida. Tiene apenas 50 kilómetros de extensión, gobierno, legisladores y leyes propias y la única manera de llegar es mediante una larga travesía en barco, que sale de una isla cercana.
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La Isla de Sark pertenece a la Corona Británica, pero no al Reino Unido ni a la Comunidad Europea. Es, según estudiosos, lo más cercano a un señorío feudal que existe en la actualidad y uno de sus puntos más curiosos es la ausencia casi total de vehículos.
Según consta en portales locales, como el medio británico The Sun, los únicos que tienen permitido el uso de automotores son los agricultores, que pueden utilizar pequeños tractores para labrar la tierra. Los demás, deben trasladarse a pie o en bicicleta, caballo o carreta.
Un paraíso natural y tranquilo
Es un paraíso natural sin alumbrado público, carteles luminosos o contaminación sonora. Apenas hay un colegio, dos bares y dos policías. En los últimos años, despertó un especial atractivo debido a varias leyes que fomentan la llegada de nuevos habitantes, como que al quinto año de residencia se da la ciudadanía del Reino Unido, no hay que declarar ingresos ni abonar impuestos de ningún tipo.
Además, su pequeña extensión es la sede de insólitas historias. Su primer dueño fue Herle de Carteret, quien la adquirió como feudo al pagarle 50 monedas a la reina Isabel I. Él decidió dividirla en cuatro parselas y entregarlas a sus familiares, pidiendo únicamente un tributo y tropas para su eventual defensa.
Los isleños y las familias originarias de Sark vivieron de esa manera durante años, hasta que en 1993 llegaron dos banqueros atraídos por la prácticamente nula existencia de impuestos. Y es que en esta pequeña isla no existen tributos de ningún tipo ni hay que declarar ingresos: “el último paraíso fiscal de Europa”, aclamaban viejos titulares.
Los hermanos Barclay
Los banqueros, también gemelos, adquirieron un tercio de la isla en 1993 y construyeron un castillo de apariencia gótica, pero hecho de hormigón. Transformaron la economía de la Sark, compraron hoteles, tierras, viñedos y atrajeron la modernidad del capitalismo a una porción de tierra que estaba congelada en el tiempo.
Ahí es cuando empezaron los problemas. Los Barclay empezaron a impulsar el sistema democrático, modificando el vigente “feudalismo” que regía allí. La opinión pública quedó dividida, donde jóvenes apoyaban las reformas de los empresarios y otro sector de la población pregonaba por mantener las bases del sistema semifeudal de la isla.
El debate no cesó y durante varios años se llevaron adelante estrategias de desestabilización entre los gobernantes de Sark y la familia Barclay. Se escribieron páginas sobre el conflicto en los principales diarios de habla anglosajona del mundo, como The Guardian y The New Yorker.
La iniciativa de una democracia plena no tuvo lugar y hoy en día la isla es una monarquía constitucional gobernada por Christopher Beaumont, el vigésimo tercer señor de Sark.
Autos prohibidos en Sark
Más allá de los conflictos políticos, el interés que despierta por su situación fiscal, los paraísos naturales que esconde y ser un gran atractivo turístico para muchos, los autos siguen siendo un tema de debate. En pleno 2024, sigue prohibido su uso y el único dejo de modernidad en la movilidad son las E-Bikes y los barcos que dan acceso a través del puerto.
Si bien los vehículos agrícolas pueden usarse, está prohibido que se manejen tractores los domingos, considerados como el “día de descanso” por ley. Hace poco, The Sun publicó un artículo donde se informa que el parlamento local analiza derogar esa ley y habilitar el transporte los días domingo.
Y es que amparados en el concepto de “vehículo agrícola”, algunos isleños los utilizan para trasladar turistas por lugares de difícil acceso, creando injertos extravagantes llamados “tractor-colectivo”. La merma en la cantidad de turistas y habitantes le generó a sus ciudadanos la necesidad de utilizar también el domingo como día laboral, más teniendo en cuenta los visitantes que llegan desde Francia para quedarse apenas unos días.
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“Los tiempos realmente necesitan cambiar. Todo está cambiando, por lo que nosotros también deberíamos”, argumentó Bernadette Southern, chef de Fleur du Jardin, restaurante ubicado en Guernsey, la isla vecina, en diálogo con The Sun. La isla, tras haber atravesado turbulentos tiempos económicos y en plena búsqueda de más turistas y residentes resolverá en los próximos días si el domingo deja de ser un día obligatorio de descanso.